
En redes sociales me preguntan "¿Qué te cuentas, Colm?" , y algunas veces la red social te pregunta "¿Qué haces, Colm?".
Todavía no me han preguntado "¿Cómo
te sientes, Colm?", aunque sé que se lo han hecho a otras personas.
Estas preguntas las hace Facebook.
La empresa está ensayando distintas formas de animar a la gente a escribir y compartir sus pensamientos en su perfil.
Para lograr esto, en la parte superior del muro aparece una pregunta muy personalizada.
Demasiado personales
De entrada parecen bastante amigables. Mi
favorita es "¿Qué te cuentas?". Suena como si me encontrara con una
amiga y tuviéramos planes para el día. Antes la empresa solía preguntar
"¿Qué tienes en mente?", o "¿Qué estás pensando?".
Lo que ha cambiado ahora es el hecho de usar mi
nombre. Tengo un problema con la gente que usa mi nombre con exceso.
Siento que les da algún poder sobre mí y que su uso repetido implica
falsedad.
Es como cuando te comunicas con un centro de
llamadas y los teleoperadores parecen obsesionados por pronunciar tu
nombre. "Ahora, señor O'Regan, le dejamos saber que con fines formativos
vamos a repetir su nombre durante toda esta llamada en caso que se
olvide quién es usted".
Facebook no es el único que se toma tantas
confianzas. Por todo internet las páginas web parecen haberse convertido
en tus amigos. Una vez que les das la más mínima información, se
apoderan de ella y la usan para reforzar su "relación" con usted.
"Quihubo"
Uno de los más informales es mi proveedor de correo electrónico. Tengo una lista de contactos de email
modesta. Cuando alguien se desliga de la lista de correos, recibo un
mensaje que dice: "Oye, loco, unos cuantos saltaron del barco. ¿Quién
los necesita de todas formas?".
Siento que quiero enfadarme con el sistema por no tomarse en serio la pérdida de clientes.
Este no es el único ejemplo. Las empresas
parecen estar programando esta familiaridad forzada en sus interacciones
con nosotros los usuarios.
Cuando me registro en algunas páginas de
internet y me meto en una con mi nombre de usuario y clave, veo un
mensaje que dice "¡Quihubo, Colm, bienvenido de vuelta!"
No me digas "quihubo", sólo eres una pieza de
aluminio recubierta con alguna sustancia magnética en una granja de
servidores ubicada en un país donde el clima hace viable mantener las
máquinas a una temperatura constante. No eres mi amigo y seguro que le
dices eso a todos.
Otras aplicaciones quieren convencernos de que sienten emociones.
Cuando algo va mal en Firefox aparece un mensaje
diciendo "bueno, esto es embarazoso" o "me da pena". ¿De verdad lo es?
No lo creo. Hasta que al navegador de internet Firefox se le caiga un
vaso de cerveza enfrente de todos sus amigos, nunca sabrá lo que la
pena.
Esto me hace sentir nostalgia de aquellos
tiempos en los que a las computadoras no les importaban un comino sus
errores, ni se disculpaban.
La computadora dice "no"
Uno sabía qué esperar de aquellas computadoras de antaño.

No había ningún "bueno, esto es embarazoso"
cuando el lector de discos hacía ese sonido de trituradora y el profesor
trataba durante media hora de apagarlo y encenderlo de nuevo antes de
culpar a los estudiantes y suspender la clase de computación durante un
mes.
Las computadoras eran como porteros de
discoteca. Tú eras el que rogaba en la puerta con los ojos vidriosos
para que te dejaran entrar mientras ellas permanecían impasibles
diciendo "No tengo que darte una razón. No vas a acceder a este archivo y
ya está".
Uno sabe cuál es su lugar con computadoras que a
veces van y otras no lo hacen, y digo que siento nostalgia de aquellos
días hasta cierto punto.
Justo ahora, uno de mis amigos de Facebook, sin
duda animado por la pregunta "¿Qué te cuentas?", ha colgado un video de
un perro jugando con una nutria. Esa sí que es una amistad improbable.
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